De repente ladró un perro en el bosque y los bailarines se detuvieron, y, acercándose de dos en dos, se arrodillaron y besaron las manos de aquel hombre.
Aureliano conservó las palabras, pero les antepuso este aviso: Lo que ladran ahora los heresiarcas para confusión de la fe, lo dijo en este siglo un varón doctísimo, con más ligereza que culpa.