Nanahuatl, el más débil de los dioses aztecas, enfermo y cubierto de llagas, había sido elegido  para crear un nuevo mundo. 
Anteriormente, ya hubo cuatro mundos,  cada uno regido por su propio dios Sol, que fueron destruidos a su turno: el primero, por jaguares; el segundo, por vientos; el tercero, por lluvias de fuego; y el cuarto, por inundaciones. 
Para crear el quinto Sol, el dios Quetzalcoatl,  o "la serpiente emplumada", había descendido al inframundo a rescatar los huesos de antepasados, y los roció con su propia sangre para resucitarlos a la vida. 
Pero ahora necesitaban un mundo donde habitar, y otro dios debía lanzarse a la gran hoguera para ser el quinto Sol. 
El dios del Sustento y el del Fuego habían escogido a Nanahuatl para la tarea, en tanto que el dios de la Lluvia  y el de los Cuatro Rumbos tenían a su propio elegido: el arrogante y opulento Tecciztecatl. 
Primero, los rivales debían ayunar cuatro días y hacer ritos de sangre. 
Nanahuatl solo contaba con espinas de cactus para verter su propia sangre y con ramas de pino para bañarlas en su preciada ofrenda roja. 
Aun así, se propuso dar lo mejor. 
Tecciztecatl, en tanto, hizo alarde de sus riquezas, y ofreció bellas espinas y ramas de jade con plumas tornasoladas de quetzal en lugar de un sacrificio de sangre. 
Al cabo de los cuatro días, la hoguera ardía con gran intensidad.