Periquín vivía con su mamá en una cabaña del bosque. Como con el tiempo fue empeorando la situación familiar, la mamá hizo ir a Periquín a la ciudad, para que allí intentase vender la única vaca que tenían.
El niño se puso en camino, llevando atado con una cuerda al animal, y se encontró con un hombre que llevaba un saquito de habichuelas.
"Son maravillosas," explicó aquel hombre. "Si te gustan, te las daré a cambio de la vaca".
Y Periquín así lo hizo, y volvió muy contento a su casa.
Pero la mamá, disgustada al ver la ignorancia del muchacho, cogió las habichuelas y las arrojó a la calle. Después se puso a llorar.
Cuando se levantó Periquín al día siguiente, fue grande su sorpresa al ver que las habichuelas habían crecido tanto durante la noche, que las ramas se perdían de vista.
Periquín se puso a trepar por la planta, y sube que sube, llegó a un país desconocido.
Entró en un castillo y vio a un malvado gigante que tenía una gallina, que ponía un huevo de oro cada vez que él se lo mandaba.
Esperó el niño a que el gigante se durmiera, y tomando la gallina, escapó con ella. Llegó a las ramas de las habichuelas y descolgándose, tocó el suelo y entró en la cabaña.
La mamá se puso muy contenta.