Liberador, mágico, purificador.
El fuego es desde la noche de los tiempos vehículo ritual para rendir culto al sol, proveedor de vida para los hombres y la naturaleza.
Los primeros observadores se dieron cuenta de la enorme devastación que supondría que su luz menguara.
Así durante el solsticio de verano, el día cuya noche es más corta, encendían hogueras para darle fuerzas anhelando que su brillo no se extinguiera.
El 23 de junio se celebra la Noche de San Juan, momento para alejar a los malos espíritus, renovar nuestras vidas y atraer la buena suerte.
Encendemos hogueras, saltamos sobre ellas y nos bañamos en el mar a medianoche, la noche más corta del año.
Se mueve entre lo esotérico y lo místico y se remonta a antiguos ritos paganos, ritos como el Inti Raymi o Fiesta del Sol en Quechua que los incas festejaban durante 15 días con danzas, ceremonias y sacrificios.
Tuvo su aparición alrededor de 1430 con el inca Pachacútec congregando hasta 50.000 personas llegadas desde todos los puntos del imperio.
Otros como el Alban Heruin de los druidas consistía en encender pilas para así obtener la bendición de las cosechas.
Igualmente el agua era un símbolo crucial de este festival, ya que tenía poderes curativos, atraía juventud y belleza y significaba fuente de fertilidad.