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Los tres cofrecitos

Porcia, la dama a cuya mano aspiraba Basanio, era heredera de una inmensa fortuna, pero el testamento de su padre encerraba una rara cláusula. La heredera no era libre de escoger marido.

El testador había ordenado que, llegado para la joven el tiempo de contraer matrimonio, se preparasen tres cofrecitos, uno de oro, otro de plata y el tercero de plomo: en uno de los tres había que encerrar el retrato de Porcia, y el pretendiente había de escoger: el que tuviese la fortuna de dar con el cofrecito que encerraba dicho retrato, obtendría la mano de la joven.

Tanto se había propagado la fama de este excelente partido, que venían pretendientes de lejanas tierras y en gran número, pero veían sus ilusiones fallidas ante aquella extraña condición, que se convertía en grillete para la desdichada Porcia.

Su doncella Nerisa procuraba consolarla, recordándole la bondad y prudencia de que el difunto había dado siempre testimonio.

Las personas virtuosasdecíale, — tienen a menudo, en sus últimos momentos, felices inspiraciones.

Estad tranquila y confiada; que el pretendiente que sepa escoger, será sin duda el que sabrá amar y haceros feliz en vuestro estado.

Escuchaba Porcia las razones de su doncella, por más que no la convencían del todo; templaba, empero, algo su disgusto y daba fuerza a lo que le decía la doncella, el ver que entre todos los pretendientes, no había uno siquiera que interesase su corazón; todos le parecían ridículos y despreciables.

Así se lo dió a entender a su consejera cuando, diciéndole que los pretendientes se aprestaban a regresar a sus respectivos países, replico ella:

Muy bien harán en partir y yo me huelgo de ello, pues no he de lamentar la ausencia de ninguno de ellos. ¡Deles, pues, el Cielo un feliz regreso!

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