Amigo de Antonio era Basanio, apuesto y bizarro hidalgo que por su carácter generoso gastaba más de lo que su patrimonio y sus rentas podían soportar.
Basanio estaba enamorado de una hermosa dama, llamada Porcia, la cual le había dado a entender, más de una vez, que correspondía a su afecto con mayor interés que al de otros que la pretendían.
Animado con esto Basanio, había determinado ir a visitar a Porcia en su palacio de Belmonte, pero en su prodigalidad tenía agotados todos los recursos de que dispusiera, y en aquel momento veíase en la imposibilidad de presentarse como correspondía a un pretendiente de dama tan encopetada.
Pesaroso de no poderse poner a la altura de sus competidores, resolvió acudir, en tan apurado trance, a Antonio su buen amigo, de quien ya en otras ocasiones había recibido el apoyo necesario.
Al negociante no podía sucederle cosa más agradable que hacer un favor a su amigo, y no tuvo inconveniente en poner todo lo suyo a su disposición.
Desgraciadamente no disponía en aquellas circunstancias, de gran contingente de dinero efectivo, pues todo su capital lo tenía empleado en cargamentos de mercancías que navegaban por su cuenta y riesgo; permitió, sin embargo, a Basanio, que hiciese uso de todo el crédito de que disfrutaba en Venecia para cuanto necesitase y le prometió salir fiador por el hasta el ultimo maravedí, a trueque de ponerle en condiciones de presentar dignamente su demanda en el palacio de Belmonte.
Basanio, pues, fue en busca de un prestamista, y hallólo verdaderamente en la persona de Shylock, uno de los principales usureros de Venecia.
Pidióle prestados tres mil ducados: perplejo estuvo al principio Shylock y no parecía muy bien dispuesto a prestárselos.
— ¿Tres mil ducados? ...— dice el judío con cara de hombre que reflexiona y pesa seriamente el asunto.
— Sí, señor — responde Basanio;— tres mil ducados para tres meses.