Yo vengo a contaros la historia de cómo, sin saber nada de música, fui capaz de entenderla y, ya no entenderla, sino también de verla.
La música y la imagen siempre me han apasionado.
Su relación y ambas por separado porque siempre he estado un poco a caballo entre las dos.
Al final me he dedicado a la imagen pero quería conocer la música, quería entender su lenguaje y cuando nos hablan de lenguaje musical se nos viene a la cabeza algo como esto: difíciles partituras que, a no ser que seamos músicos, no somos capaces de oír lo que nos están contando, no sabemos qué se esconde detrás de estos símbolos, y yo tenía unos conocimientos musicales, pues algo así: sabía leer cuatro notas sabía llegar a leer una partitura, pero no era capaz de comprender lo que para mí era lo fundamental de la música: por qué ciertos sonidos funcionan entre sí, se combinan bien, unos instrumentos y otros no, qué hace que la música se cree, no lo que nos hace sentir, no eso, impulsivo, que nos hace bailar y que nos hace cantar en la música, no, sino la música en su estructura, cómo se formaba desde el interior.
Pero había de algo que sí sabía, que era del lenguaje visual, y dije: bueno, voy a utilizar los conocimientos que ya tengo para conocer algo nuevo.
¿Qué hice?, ponerme al mismo nivel, reduje mi lenguaje visual a mi nivel de lenguaje musical y voy a partir de aquí y, ¿por qué no?, conocer lo desconocido a partir de lo que yo ya sabía.
Entonces lo primero que hice cuando no sabes por dónde empezar es pedir ayuda a unos amigos.
Tenía unos amigos que sí sabían de música y me enseñaron, me pusieron en situación, y entre unas cosas y otras, me iban soltando términos que para mí eran totalmente desconocidos.
Y al final me ayudaron a entender la música.
De lo primero que nos dimos cuenta es que la música no es estática, sino que está en movimiento.