Movimientos sociales liderados por grupos religiosos, organizaciones filantrópicas y celebridades como Charles Dickens intentaron cambiar esas condiciones para así ayudar a reformar a los presos.
¡Cada vez pesas menos —el prisionero del diecisiete ya no se conocía la voz—, y cuando el viento pueda contigo te llevará a donde Camila espera que regreses!
Esos dispositivos se veían como una forma fantástica de azotar a los prisioneros, cuyo beneficio de accionar molinos ayudaba a reconstruir una economía diezmada por las guerras napoleónicas.
De la amistad a las palabras, el prisionero del diecisiete le preguntó qué delito había cometido contra el Señor Presidente para estar allí donde acaba toda esperanza humana.
Ropas ajadas, sucias, viejas, rotas, como todas las que visten los prisioneros que regalan las suyas a los amigos que dejan en las sepulturas de las mazmorras, o las cambian por favores con los carceleros.