Aunque iba mal sentada en el piso del palanquín y tenía el ánimo entorpecido por el polvo y el sudor del desierto, la abuela se mantenía en su altivez.
El dios del Sustento y el del Fuego habían escogido a Nanahuatl para la tarea, en tanto que el dios de la Lluvia y el de los Cuatro Rumbos tenían a su propio elegido: el arrogante y opulento Tecciztecatl.