De la mortificación y el rigor pasaban, muchas veces, al crimen; ciertas comunidades toleraban el robo; otras, el homicidio; otras, la sodomía, el incesto y la bestialidad.
Señor -respondió Sancho-, no soy yo religioso, para que desde la mitad de mi sueño me levante y me dicipline, ni menos me parece que del extremo del dolor de los azotes se pueda pasar al de la música.