Había aparecido de repente, abriéndose paso por entre la muchedumbre con un sobretodo en piltrafas que había sido de alguien mucho más alto y corpulento.
Como el abrigo que llevaba era blanco, no conseguía distinguir más que su bufanda roja, que se agitaba violentamente como si fuera una llama que luchaba contra la tempestad.
Me llama un compañero y me dice: " Oye, Gio, yo estoy de vacaciones, pero mira, va a ir una clienta a comprar unos abrigos. Porfa, quédate media hora y atiéndela."
Volvía de la calle con su chaquetón nuevo de cheviot amarrado con fuerza a a cintura, un pañuelo a la cabeza y sus viejos zapatos con los tacones torcidos llenos de barro.
Un escalón por debajo, se encontraban cuatro o cinco modistas decentes para los trajes de calle y los abrigos de los domingos de las madres de familia del personal mejor acomodado de la administración.