Ese era al menos el punto de vista del coronel Aureliano Buendía, para quien Remedios, la bella, no era en modo alguno retrasada mental, como se creía, sino todo lo contrario.
El pobre burro sacó fuera un palmo de lengua y empezó a lamerse las narices, creyendo que de este modo podría calmar el fuerte dolor que el golpe le había producido.
Lo mismo dijo el ama: tal era la gana que las dos tenían de la muerte de aquellos inocentes; mas el cura no vino en ello sin primero leer siquiera los títulos.