Un sonido de cascabeles detrás de los cerros viene anunciando el despertar de seres místicos que salen a festejar su carnaval.
Una ceremonia de agradecimiento a la tierra en época de cosecha.
Los llamados hijos del sol reflejan sus rayos en espejos que a la vez reflejan el alma de quien mire a través de ellos.
La honra a su mamá, a su pacha, se manifiesta en danzas y cánticos de antiguos sonares de anatas.
En su rostro de Pujllay, diablo del carnaval, se oculta la identidad del apromesante, que por estos días busca divertir a la gente y alegrar a las calles con sus coloridos trajes, y al finalizar los días festivos, volver a su entierro, al descanso entre quebradas, hasta el otro carnaval.
La historia nos remonta a Jujuy, Argentina.
Paisaje de otro planeta, junto a costumbres auténticas, caracterizan a su pueblo desde hace tiempo.
Introducido por los españoles en América, el carnaval se fusionó con rituales nativos destinados a la fecundidad y a honrar a la deidad Madre Tierra, la Pachamama.
Entre las montañas llegamos al primer pueblo donde íbamos a comenzar a vivir la energía del carnaval, Purmamarca.
Su nombre deriva de las palabras aymara "Purma", campo en el desierto, y "marca", pueblo.