Señora Presidenta, secretario general de las Naciones Unidas, jefes de Estado y de Gobierno, embajadores, autoridades, señoras y señores.
Muy buenos días.
Comparezco hoy ante ustedes, los delegados y delegadas de los Estados miembros de las Naciones Unidas, en el año en que se cumple el 80 aniversario de su fundación.
Es un momento oportuno para hacer algunas reflexiones sobre el presente, el pasado y el futuro de esta organización universal y su aportación a la paz, la estabilidad y el desarrollo en unos tiempos extremadamente complejos.
Es este un mundo trepidante y desbocado, que en demasiadas ocasiones nos sitúa ante el vértigo del precipicio, en el que no faltan voces que preconizan el fin del multilateralismo y la obsolescencia e ineficacia de las Naciones Unidas.
Es el efecto -se nos dice- de la sustitución de una lógica de diálogo y cooperación por una lógica de competencia, rivalidad y tensiones extremas.
"No es ese el mundo al que estamos abocados" -oímos decir- "sino el mundo en el que ya estamos inmersos".
Ante esa impresión de desmoronamiento habría que aducir: es evidente que los tiempos han cambiado y debemos adaptarnos, anticiparnos incluso, sin refugiarnos en el idealismo, la autocomplacencia o la imprevisión.
Pero es precisamente en estos momentos de zozobra, cuando más importa leer bien las claves de nuestro tiempo, para no caer en errores ya cometidos; para no entrar en espirales sin retorno.
Contamos, para ello, con la memoria, que es la herramienta más útil de cualquier generación para afrontar sus desafíos.