Prólogo I
Don Juan Manuel
El Conde Lucador
Prólogo
En el nombre de Dios: amén.
Entre las muchas cosas extrañas y maravillosas que hizo Dios Nuestro Señor, hay una que llama más la atención, como lo es el hecho de que, existiendo tantas personas en el mundo, ninguna sea idéntica a otra en los rasgos de la cara, a pesar de que todos tengamos en ella los mismo elementos.
Si las caras, que son tan pequeñas, muestran tantísima variedad, no será extraño que haya grandes diferencias en las voluntades e inclinaciones de los hombres.
Por eso veréis que ningún hombre se parece a otro ni en la voluntad ni en sus inclinaciones, y así quiero poneros algunos ejemplos para que lo podáis entender mejor.
Todos los que aman y quieren servir a Dios, aunque desean lo mismo, cada uno lo sirve de una manera distinta, pues unos lo hacen de un modo y otros de otro modo.
Igualmente, todos los que están al servicio de un señor le sirven, aunque de formas distintas.
Del mismo modo ocurre con quienes se dedican a la agricultura, a la ganadería, a la caza o a otros oficios, que, aunque todos trabajan en lo mismo, cada uno tiene una idea distinta de su ocupación, y así actúan de forma muy diversa.
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