Hizo una profunda reverencia a la familia cuando echaron pie a tierra, y dijo, con un singular acento de los buenos tiempos antiguos: -Les doy la bienvenida a Canterville-Chase.
La siguieron, atravesando un hermoso vestíbulo de estilo Túdor, hasta la biblioteca, largo salón espacioso que terminaba en un ancho ventanal acristalado.
Estaba preparado el té.
Luego, una vez que se quitaron los trajes de viaje, se sentaron todos y se pusieron a curiosear en torno suyo, mientras la señora Umney iba de un lado para el otro.
De pronto, la mirada de la señora Otis cayó sobre una mancha de un rojo oscuro que había sobre el pavimento, precisamente al lado de la chimenea y, sin darse cuenta de sus palabras, dijo a la señora Umney: -Veo que han vertido algo en ese sitio.
-Sí, señora -contestó la señora Umney en voz baja-.
Ahí se ha vertido sangre.
-¡Es espantoso! -exclamó la señora Otis-.
No quiero manchas de sangre en un salón.
Es preciso quitar eso inmediatamente.