Antes de que yo pudiese responder, la tienda se sacudió con estruendo balístico al precipitarse desde las alturas unas obras completas de Blasco Ibáñez en tapa dura.
Yo me quedé atendiendo el mostrador de la tienda mientras Fermín, con sus habituales maniobras de equilibrista, se empeñó en empinarse por la escalera y ordenar el último estante de libros que quedaba a apenas un palmo del techo.